Documental que analiza de forma crítica el sistema de comunicaciones de la ciudad de Madrid en la década de 1970, partiendo de una perspectiva socioeconómica y claramente política, desde el cuestionamiento al sistema capitalista y al modelo de ciudad impuesto por este.
Esta obra, creada por Ramón Fernández Durán y los hermanos José Luis y Carlos Aguirre, aborda la deficiente y nefasta red de transporte público de la capital española, incapaz de ofrecer un servicio satisfactorio a sus usuarios, la inmensa mayoría de ellos pertenecientes a la clase obrera y desplazados a barrios y ciudades dormitorio de la periferia por el modelo urbano impuesto por el capitalismo, el cual no solo los explota laboralmente, sino que también drena sus bolsillos y su tiempo mediante el pago de los abonos de transporte y el tiempo requerido para los desplazamientos hogar-trabajo trabajo-hogar.
Todo esto se debe a un diseño de la red de comunicaciones que no responde a una lógica destinada a satisfacer al usuario, sino, por el contrario, a la máxima obtención de beneficios de las empresas privadas dueñas de los medios de transporte, de acuerdo al fin mismo de la empresa capitalista, que no es otro que maximizar ganancias y minimizar pérdidas.
El documental trata también la dialéctica transporte público/transporte privado, resultando este último el claro ganador en la nueva ciudad capitalista, pese a ser, en todos los aspectos, más desventajoso que su alternativa, al contaminar más, permitir el desplazamiento de menos personas en una relación pasajeros/horas, y ser más costoso y peligroso. La razón de esta imposición del transporte privado tiene su raigambre en el propio sistema empresarial español, pues muchas de sus principales compañías están dedicadas directa o indirectamente a todo lo relacionado con lo automovilístico. Por otra parte, el nuevo modelo de ciudad capitalista hace casi obligatorio el uso del automóvil por todo lo anteriormente dicho (aumento de población que es desplazada a la periferia, crecimiento de la ciudad con el consecuente aumento de las distancias, lugares de trabajo situados en el centro urbano, etc.), lo que mezclado con adecuado marketing, eleva al coche como elemento imprescindible y símbolo de estatus de cualquier habitante de la gran ciudad.
Alfonso Sanz Alduán. Enero de 2022.
Ver esta película cuarenta y cinco años después impresiona por lo que ha cambiado, por lo que todavía hay que cambiar y, también, por lo que parece que no hay manera de cambiar en las ciudades.
La película es hija de su tiempo, de su propósito y de su linaje ideológico. Realizada en un momento de ebullición de los movimientos vecinales al poco de morir Franco, es fiel reflejo de una manera de concebir el mundo y las luchas urbanas. Se sitúa sin ambages en la posición de combate contra la ciudad capitalista que, en el asunto que trata, el transporte, ofrece a los trabajadores una calidad de vida pésima.
No tiene ningún reparo en dedicar una buena parte de su metraje a repasar todos y cada uno de los elementos que componían entonces el sistema de transporte en Madrid, a modo de lección audiovisual, entendiendo que para reforzar las luchas hace falta acercar los conceptos a la ciudadanía.
Ese repaso al funcionamiento del transporte en el Madrid de los años setenta permite reconocer el salto gigantesco que se ha producido en términos de infraestructuras, servicios y condiciones de desplazamiento. Varias de las propuestas de extensión de las redes ferroviarias y de metro y de los servicios de autobús metropolitano se fueron convirtiendo en realidad a lo largo de las décadas siguientes.
Paradójicamente, una parte de esos cambios y ampliaciones fueron ejecutados desde gobiernos autonómicos y locales regidos por partidos que, precisamente, defendían el modelo de ciudad capitalista al que, según se ha podido comprobar, le viene bien contar con un sistema de transporte potente para facilitar la segregación de la ciudad en términos espaciales y sociales, así como garantizar la extracción de beneficios para el capital.
Casi medio siglo después de ser rodada, llama la atención su modernidad para reclamar la calle usurpada por el automóvil privado y las necesidades de las personas con discapacidad, todavía sin resolver:
“Otra exigencia que no se puede demorar es la devolver al peatón su derecho a la calle. Derecho que le ha sido usurpado por el coche”
“…liberar al peatón de su condición de esclavo. Esclavitud que resulta vergonzante en el caso de los minusválidos. A la trampa que ya de por si le supone la ciudad con sus escaleras y demás obstáculos para sus desplazamientos, hay que sumar la de los transportes públicos que no pueden utilizar”
Pero lo que genera una mayor inquietud al ver esta película es reconocer que el problema de fondo que denuncia, la construcción de un modelo urbano segregado, en donde vivienda y automóvil/transporte se convierten en una pareja infernal que atrapa especialmente a los grupos sociales de menor renta, se ha agravado.
La ciudad deseable y reclamada, que tendría “un mayor equilibrio entre vivienda y empleo para evitar desplazamientos”, parece todavía más lejos ahora que entonces. Hemos construido sistemas urbanos de una enorme dependencia respecto al transporte y, en particular, el automóvil privado, lo que lamentablemente pasa y pasará factura en el futuro.
En definitiva, ver esta película hoy suscita emociones contrapuestas que combinan admiración, curiosidad, ternura, nostalgia, pena, pesadumbre, intranquilidad y, por qué no, esperanza de que, a pesar de todo, si se intentó el cambio, se volverá a intentar.